(Rayeros en un ventorrillo. Hacia 1922) |
En la Raya, los años 20 trajeron pocos cambios a la vida de las gentes igual que en la inmensa mayoría de las zonas rurales. Los rayeros vivían básicamente de la agricultura y de sus trabajos artesanos a pequeña escala. El pueblo no tenía entonces ningún tipo de industria de importancia, si exceptuamos a los dos molinos (el de Puxmarín y el del Batán) que daban trabajo de temporada a determinados colectivos obreros. También la industria de la escoba y el cañizo absorbía un determinado cupo de mano de obra así como los jornaleros de la tierra que labraban fincas ajenas por un salario, muy bajo comparado con su productividad; en este mismo segmento laboral podríamos incluir a los carreteros que se ganaban el sustento transportando diversas mercancías por encargo, frutas, hortalizas, escobas y cañizos principalmente y a todos los trabaja-dores artesanos como carpinteros, albañiles, hileros, hojalateros, cesteros y demás oficios manuales.
Pese a todo fueron unos años relativamente tranquilos y sin grandes sobresaltos, dado el régimen autoritario que impuso el Dictador, Primo de Rivera. En este sentido cabe decir que muchos rayeros se fueron afiliando a determinados partidos políticos de corte republicano e izquierdista, engrosando muchos de ellos las filas de los sindicatos con implantación nacional, especialmente UGT y en menor medida la anarquista CNT-FAI. También en esos años se fue fraguando un anticlericalismo de corte radical que en la década siguiente se manifestaría con toda su crudeza.
En el orden social no hubo grandes cambios, al menos en estos pueblos de la huerta; las grandes obras públicas e infraestructuras que se acometieron en esta época apenas alcanzaron a los pueblos del cinturón de Murcia capital, como La Raya. Sus calles estaban sin asfaltar y no había siquiera un sistema de agua potable, ni alcantarillado, ni alumbrado público. La luz eléctrica era un lujo que muchas familias no se podían permitir; solían iluminar sus hogares a base de velas de cera o candiles de aceite. El teléfono y la radio solo estaban en las casas de unas pocas familias acomodadas que por su status social y poder adquisitivo podían disfrutar estos adelantos técnicos de la época. Solo había un automóvil en el pueblo, que pertenecía a las conocidas como “señoritas del Molino”, dueñas en esos años del molino del Batán y las tierras circundantes, tierras fértiles en producción de las que obtenían cuantiosas rentas, incluyendo los beneficios del arriendo de parcelas para cultivo. Afortunadamente no había altos índices de paro, solo las imprevisibles heladas en invierno o las temibles riadas del Segura que provocaban épocas de pobreza extrema, mucho más acentuada en un colectivo ya de por si humilde y desheredado, carente de servicios sociales por parte de la administración estatal.
La Raya tenía en esos años dos clases sociales bien diferenciadas ya que en la práctica no existía la clase media: por un lado los ricos y bien acomodados, propietarios de grandes tahúllas de regadío, tenderos, panaderos, maestros de obras, molineros y otros oficios bien remunerados o con negocios florecientes y las clases más bajas orbitando siempre en torno a la pobreza o a la más cruda indigencia. En esta década aún quedaban muchos de los llamados “pobres de solemnidad” que vivían casi exclusivamente de la caridad ajena. Estos no tenían ni siquiera una casa propia y vivían de alquiler o con algún familiar piadoso que les cedía un rincón de la vivienda. Pese a todo podemos decir que la vida en el pueblo era relativamente aceptable para la mayoría del vecindario. El trabajo no faltaba, aunque las condiciones laborales eran precarias en muchos casos y los jornales muy bajos en relación con las horas trabajadas; los obreros se veían obligados a intentar diversificar sus tareas y practicaban el pluriempleo siempre que les era posible, realizando jornadas de hasta 14 horas diarias para alimentar a la familia y vivir con un mínimo de dignidad. En esta situación, los padres se veían obligados a emplear también a sus hijos, ya fueran niños o adolescentes, sacándoles de la escuela sin terminar los estudios básicos y muchas veces sin aprender siquiera a leer, por lo que las tasas de analfabetismo fueron muy altas en esos años.
Las viviendas que conformaban el casco urbano de La Raya, y algunas de la huerta, eran casas en planta baja o con un piso superior. Las había con tejado simple o a dos aguas, dependiendo de su superficie. Por lo general el pavimento estaba sin embaldosar y era de tierra prensada; solía pintarse de rojo oscuro con una franja de cal blanca a ambos lados donde se colocaban las sillas. El mobiliario era muy sencillo y dependía de las posibilidades de cada familia. Lo normal era una mesa, sillas, alguna mecedora, armario y lejas en la pared para cubertería de barro. En las habitaciones destinadas al descanso había una cama de madera, de hierro forjado o un simple “catre”, algún armario guardarropa o una sencilla cortina en el ángulo, tras la cual se colgaban los vestidos. La cocina era, generalmente, de leña y construida a ras del suelo, aunque algunas estaban hechas de obra sobre un “poyo”. El lavabo o cuarto de aseo era prácticamente inexistente, así como la bañera; el aseo se hacía en una jofaina y el váter era un agujero en el suelo y solía estar en el patio, junto a la cocina; era costumbre de muchas familias, alinear cerca unos tiestos o macetas de plantas olorosas, como la alhábega o albahaca para eliminar olores desagradables. También había en el patio un pequeño pozo de estiércol para depositar los residuos domésticos y las tinajas donde se almacenaba el agua para beber.
Las casas, construidas de adobes de barro, piedras y argamasa de cal, eran bastante resistentes pese a la pobreza de los materiales empleados y tenían muros de 90 centímetros de grosor. Sería a partir de los años 50 y 60 cuando se irían reedificando con materiales mucho más resistentes, como el cemento. Aún quedan algunas pocas viviendas que conservan la misma estructura de aquellos años, como reminiscencias de una época que pese a todas sus carencias puede decirse que fue muy sencilla y, a pesar de todo, bastante feliz.
(Fondos documentales de Alfox)