España está atravesando una de las peores etapas de su
reciente historia. Lo dicen todos los indicadores económicos y sociales y lo
estamos viviendo en nuestras propias carnes. Por esto muchos ciudadanos comienzan
a preguntarse si, más allá de las meras cuestiones ideológicas, era realmente
bueno y positivo ingresar en la llamada Unión Europea y adoptar el euro después,
como moneda única.
El país ya no tiene libertad para decidir; es lo que más o
menos ha venido a decir quien en estos momentos preside el gobierno central.
Entonces creemos que ha llegado el momento el presidente Rajoy nos aclare si
España sigue siendo una nación soberana o si, por el contrario, hemos
descendido a la categoría de colonia o protectorado. Y sería necesario saber si
estamos en manos de banqueros, especuladores, mercaderes y usureros legales, si
aquí mandan los mercados y las decisiones de nuestros gobernantes están mediatizadas (o
simplemente dictadas) por ciertos poderes hegemónicos extranjeros y si los
desesperantes sacrificios que hemos de soportar, vienen alentados por poderes fácticos más allá de nuestras
fronteras. El pueblo tiene derecho a
conocer la otra parte de la moneda, la cara, porque la cruz ya la estamos
soportando desde hace mucho tiempo.
Los recortes sociales que el gobierno está introduciendo
como la subida del IVA, que gravará onerosamente el consumo, la reducción de
salarios y prestaciones de desempleo, el acoso fiscal, las brutales cifras de
paro, la angustiosa inquietud de los pensionistas, la nula perspectiva para los
jóvenes y el miedo que ronda a la sociedad española en su conjunto, no son los
mejores indicadores para un futuro de recuperación o salida del túnel abismal
en el que estamos metidos, o mejor dicho, nos metieron esos políticos
corruptos, banqueros, especuladores y malos gobernantes que tanto abundan ahora.
En la calle hay mucha indignación y ésta, lejos de remitir, va en aumento.
Hombres y mujeres de toda clase social y condición se están planteando si, tras
las últimas elecciones, fue peor el remedio que la propia enfermedad.
La Historia está llena de situaciones en la que el pueblo,
dolorosamente harto y angustiado por la criminal ineficacia de sus gobernantes,
sufrió lo indecible, soportó vejaciones y calamidades sin cuento y de ahí
nacieron la mayoría de las revoluciones que solo ansiaban la redención popular
frente a la arrogante actitud de los gobernantes y quienes le apoyaban, los
cipayos de siempre. Ahora los cipayos se han envalentonado y gobiernan sobre
los gobernantes, e imponen sus condiciones. Hemos llegado a un punto de no
retorno y el más que probable estallido de una revolución social dependerá en
buena medida de que los gobernantes elegidos sepan actuar con la necesaria
prudencia para no encrespar más a una sociedad, puesta ya al límite de su
capacidad de aguante.
Ellos tienen la antorcha encendida y el pueblo es la pólvora
reseca, lista para explotar.
De que esa explosión se produzca solo serán responsables
quienes en estos momentos detentan el poder de un Estado que no puede ser
mantenido con su actual configuración, un Estado caduco que precisa una
profunda catarsis, una reestructuración necesaria que solo tiene dos
posibilidades: o hacerla ellos ordenada y decididamente o hacerla el pueblo, en
estado de legítima defensa, con todas sus consecuencias.
(P.C.M.)

