SE CONMEMORA EL 67 ANIVERSARIO DEL LANZAMINENTO DE LA
PRIMERA BOMBA ATÓMICA DE LA HISTORIA SOBRE UNA CIUDAD
Aún hoy, 67 años después, sigue planteada la cuestión ética
sobre si la explosión nuclear que destruyó Hirosima aquel lunes, 6 de agosto de 1945 a primeras horas de la mañana y que
hasta finales de ese mismo año causó más de 140.000 víctimas en su mayoría
civiles, fue un crimen de guerra o no. Los norteamericanos, vencedores de
aquella contienda, se justifican diciendo que su lanzamiento evitó la muerte de
centenares de miles de norteamericanos y también japoneses, sin embargo hay circunstancias y
evidencias perfectamente constatables que indican todo lo contrario. A mediados
de 1945 Japón estaba al borde del derrumbamiento y su derrota era inminente en
todos los frentes. Hubiera bastado sitiar el archipiélago japonés para que éste
hubiese caído como una fruta madura.
La destrucción de dos ciudades japonesas (Hirosima, el 6 de
agosto y Nagasaki el 9) por sendas bombas nucleares aceleró el final de la guerra, es cierto (Japón se
rindió el 15 de agosto haciéndose ésta efectiva el 2 de septiembre), pero la
pregunta continúa siendo si fue necesario
inmolar aquellas dos ciudades cuando el Imperio japonés se sabía ya
vencido prácticamente y su rendición era cuestión de meses ante la grave
escasez de alimentos y materias primas que sufría y la pérdida del poder
ofensivo de su ejército.
Harry S. Truman dio la orden de masacrar esas ciudades
movido por un sentimiento de venganza y para justificar los 2.000 millones de
dólares que había costado el llamado Proyecto Manhattan, iniciado por su
predecesor Franklin Delano Roosvelt. También para demostrar a la entonces Unión
Soviética el poderío militar alcanzado por los EE.UU. al poseer estas terroríficas armas atómicas. Para los
criminales de guerra nazis hubo un Nüremberg, pero jamás lo hubo para los
vencedores que también cometieron crímenes de guerra abominables. Rusos, ingles
y americanos fueron los vencedores de la II Guerra Mundial, pero ninguno de sus
jerarcas fue nunca juzgado ni condenado. Quizá sea porque como bien dice el
adagio, los vencedores escriben la historia y no solo la escriben, sino que
ellos mismos se exoneran de sus propios crímenes. Pero la Historia nunca
olvida…

