Muchos medios de comunicación
reseñan la noticia de que en la Casa del Rey hay preocupación por su estado de
salud, preocupación que se acrecienta en su familia y en el propio Gobierno. Vaya
por delante nuestro respeto hacia la figura de quien hoy representa oficialmente
a la Nación española como Jefe de Estado, a título de Rey. Todo parece sugerir
que está llegando a su fin la que
podríamos llamar etapa juancarlista.
Evidentemente el peso de los años sobre un gobernante o sobre cualquier ser
humano tiene su lógica incidencia y el Rey ha sufrido varios episodios en este
sentido, con una serie de intervenciones quirúrgicas que afectan a su capacidad
física; también su edad (75 años) aconsejarían la cesión o abdicación del cargo
en favor del príncipe heredero. En caso de fallecimiento del monarca, y según
prevé el artículo 57 de la actual Constitución Española, se producirá una
sucesión automática en la figura del actual Príncipe de Asturias, que
ostentaría el nuevo cargo con el nombre de Felipe VI, porque la Monarquía seguiría
siendo la forma de Estado en España.
Pero llegado ese momento –el fallecimiento del actual Rey-
y dado el cada vez más numeroso sector de ciudadanos partidarios de un cambio
de régimen, sería un sano ejercicio democrático convocar un plebiscito para que
el pueblo español se pronunciara y pudiese elegir libremente entre Monarquía o República. Previamente
debería desarrollarse una campaña informativa que desterrara las mentiras
vertidas contra la fórmula republicana que fueron alentadas tanto por el
régimen dictatorial de Franco, como por los es aún desconocen los aspectos
esenciales de esta forma de Estado.
Muchos confunden a la República con una simple ideología de izquierdas,
cuando ésta nada tiene que ver con cualquier opción política por muy legítima
que sea. La República es sólo la forma del Estado, donde un ciudadano puede
elegir democráticamente cada seis años (o el período que se establezca por el
Parlamento) al Jefe del Estado. Como ocurre en Estados Unidos y todo el
Continente hispanoamericano, como ocurre en muchos de los grandes países de
Europa: Francia, Alemania, Italia, Portugal, Grecia, Países Balcánicos, Rusia,
Finlandia, Austria, Suiza, Irlanda, Hungría, Bulgaria, Polonia, República
Checa, Eslovaquia, etc. y en buena parte de naciones de África, Asia y Oceanía.
Todos estos países están constituidos como Repúblicas y esto no significa que
sus gobiernos sean de un solo color político. En Francia, por ejemplo, gobierna
actualmente el partido Socialista y en Alemania, los conservadores de Ángela
Merkel. Porque la República -insistimos-
solo es la forma de Estado y sus Presidentes respectivos son los máximos
representantes del país, como sucedería en España, llegado el caso. En algunas
Repúblicas, las llamadas presidencialistas,
sería entonces el Jefe del Estado el que asumiera las funciones del Ejecutivo,
como sucede en Estados Unidos, en muchas naciones latinoamericanas, en Francia
o Rusia, por citar un ejemplo.
La deslegitimación que en muchos
sectores de la sociedad española tiene la República viene dada por las
consecuencias de la guerra civil (1936-1939) donde muchos indeseables
apolíticos, anarquistas, oscuros politicastros y oportunistas sectarios,
cometieron algunos atropellos manchando el ideal republicano y haciendo que
históricamente la II República tuviese que arrastrar el bochorno de ciertas
acciones o crímenes que en su nombre se cometieron, sin que los auténticos
republicanos pudieran hacer nada por evitarlo. Ardua y difícil tarea es para
los republicanos españoles persuadir a quienes aún creen que la palabra
República es sinónimo de caos. Limpiar su nombre, explicar todo claramente y
devolverle su único y auténtico sentido, es lo que deberemos hacer poniendo en
marcha un verdadero ejercicio didáctico para desbaratar los equívocos
históricos que pesan como una losa sobre el ideal republicano. Si no se hace
así la posibilidad de que algún día sea proclamada la III República será una
quimera y un sueño difícil de alcanzar y continuaremos con una fórmula ancestral
y desfasada por la Historia donde el máximo cargo, el de Jefe del Estado, será
hereditario sin que el pueblo soberano pueda libremente decidir. Un hecho que
constituye por sí mismo toda una aberración, se mire por donde se mire.
M.J.S.

