sábado, 21 de septiembre de 2013

(Opinión): ¿Por qué no dimite –o en este caso abdica- el Jefe del Estado?




Muchos medios de comunicación reseñan la noticia de que en la Casa del Rey hay preocupación por su estado de salud, preocupación que se acrecienta en su familia y en el propio Gobierno. Vaya por delante nuestro respeto hacia la figura de quien hoy representa oficialmente a la Nación española como Jefe de Estado, a título de Rey. Todo parece sugerir que  está llegando a su fin la que podríamos llamar etapa juancarlista. Evidentemente el peso de los años sobre un gobernante o sobre cualquier ser humano tiene su lógica incidencia y el Rey ha sufrido varios episodios en este sentido, con una serie de intervenciones quirúrgicas que afectan a su capacidad física; también su edad (75 años) aconsejarían la cesión o abdicación del cargo en favor del príncipe heredero. En caso de fallecimiento del monarca, y según prevé el artículo 57 de la actual Constitución Española, se producirá una sucesión automática en la figura del actual Príncipe de Asturias, que ostentaría el nuevo cargo con el nombre de Felipe VI, porque la Monarquía seguiría siendo la forma de Estado en España.

Pero llegado  ese momento –el fallecimiento del actual Rey- y dado el cada vez más numeroso sector de ciudadanos partidarios de un cambio de régimen, sería un sano ejercicio democrático convocar un plebiscito para que el pueblo español se pronunciara y pudiese elegir libremente  entre Monarquía o República. Previamente debería desarrollarse una campaña informativa que desterrara las mentiras vertidas contra la fórmula republicana que fueron alentadas tanto por el régimen dictatorial de Franco, como por los es aún desconocen los aspectos esenciales de esta forma de Estado.  Muchos confunden a la República con una simple ideología de izquierdas, cuando ésta nada tiene que ver con cualquier opción política por muy legítima que sea. La República es sólo la forma del Estado, donde un ciudadano puede elegir democráticamente cada seis años (o el período que se establezca por el Parlamento) al Jefe del Estado. Como ocurre en Estados Unidos y todo el Continente hispanoamericano, como ocurre en muchos de los grandes países de Europa: Francia, Alemania, Italia, Portugal, Grecia, Países Balcánicos, Rusia, Finlandia, Austria, Suiza, Irlanda, Hungría, Bulgaria, Polonia, República Checa, Eslovaquia, etc. y en buena parte de naciones de África, Asia y Oceanía. Todos estos países están constituidos como Repúblicas y esto no significa que sus gobiernos sean de un solo color político. En Francia, por ejemplo, gobierna actualmente el partido Socialista y en Alemania, los conservadores de Ángela Merkel.  Porque la República -insistimos- solo es la forma de Estado y sus Presidentes respectivos son los máximos representantes del país, como sucedería en España, llegado el caso. En algunas Repúblicas, las llamadas presidencialistas, sería entonces el Jefe del Estado el que asumiera las funciones del Ejecutivo, como sucede en Estados Unidos, en muchas naciones latinoamericanas, en Francia o Rusia, por citar un ejemplo.
La deslegitimación que en muchos sectores de la sociedad española tiene la República viene dada por las consecuencias de la guerra civil (1936-1939) donde muchos indeseables apolíticos, anarquistas, oscuros politicastros y oportunistas sectarios, cometieron algunos atropellos manchando el ideal republicano y haciendo que históricamente la II República tuviese que arrastrar el bochorno de ciertas acciones o crímenes que en su nombre se cometieron, sin que los auténticos republicanos pudieran hacer nada por evitarlo. Ardua y difícil tarea es para los republicanos españoles persuadir a quienes aún creen que la palabra República es sinónimo de caos. Limpiar su nombre, explicar todo claramente y devolverle su único y auténtico sentido, es lo que deberemos hacer poniendo en marcha un verdadero ejercicio didáctico para desbaratar los equívocos históricos que pesan como una losa sobre el ideal republicano. Si no se hace así la posibilidad de que algún día sea proclamada la III República será una quimera y un sueño difícil de alcanzar y continuaremos con una fórmula ancestral y desfasada por la Historia donde el máximo cargo, el de Jefe del Estado, será hereditario sin que el pueblo soberano pueda libremente decidir. Un hecho que constituye por sí mismo toda una aberración, se mire por donde se mire.
M.J.S.